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jueves, 15 de noviembre de 2012

ORACION POR EL AUMENTO DE LAS VOCACIONES FRANCISCANAS SEGLARES

Fuente:  DEL CONSEJO REGIONAL OFS LIMA CALLAO

A ti, nos dirigimos con confianza.
Hijo de Dios, enviado por el Padre a los hombres
de todos los tiempos y de todas las partes de la tierra,
te invocamos por medio de María, Reina de los Ángeles,
Madre tuya y Madre nuestra: haz que en la Iglesia
no falten las vocaciones, sobre todo las de especial
dedicación a las que siguen las huellas del Seráfico
Padre San Francisco, para imitar a tu Hijo Jesús,
único Salvador del Hombre, te rogamos por nuestros
hermanos y hermanas que han respondido “sí”
a tu llamado al sacerdocio, a la vida consagrada
y a la misión de franciscano Seglar. Haz que
su existencia se renueve de día en día, y se conviertan
en Evangelio vivo al modo de San Francisco.
Señor misericordioso y santo, sigue enviando
nuevos obreros a la mies de tu Reino.
Ayuda a aquellos que llamas a seguirte en
nuestra Familia franciscana, haz que,
contemplando tu rostro, respondan con alegría
a la estupenda misión que les confías para el bien
de tu pueblo y de todos los hombres. Tu que eres
Dios, y vives y reinas con el padre y el espíritu
santo por los siglos de los siglos. Amén.
CORTESÍA CROFS CHAVÍN
Huaraz, agosto 2004

jueves, 1 de noviembre de 2012

PARA LA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS EL OFICIO DE LECTURA NOS TRAE

En este día 1 de noviembre 2012, en que celebramos la solemnidad de todos los santos, la liturgia de las horas nos envía este mensaje en el oficio de lectura:

De los Sermones de san Bernardo, abad
(Sermón 2: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 364-368 )
                                                                           
 
APRESURÉMONOS HACIA LOS HERMANOS QUE NOS ESPERAN

 
¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que
celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.

El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.

Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos las cosas de arriba, pongamos nuestro corazón en las cosas del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.

El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión. Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para recordarnos que
también nosotros estamos muertos y nuestra vida está oculta con el. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él, brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.

Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también en gran manera la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.