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sábado, 26 de noviembre de 2011

San Leonardo de Puerto Mauricio.

www.franciscanos.net/santoral
Sacerdote de la Primera Orden (1676‑1751) Canonizado por Pío IX el 29 de junio de 1867.
San Leonardo fue proclamado por la Iglesia como Patrono de los misioneros entre fieles, por la orientación particular que dio a su apostolado y por la amplitud de su obra misionera, que se extendió a todas las ciudades de la península italiana.

Nació en Puerto Mauricio en Liguria en 1676 y fue bautizado con el nombre de Pablo Jerónimo;  frecuentó en Roma el colegio gregoriano. Entró joven aún en la Orden de los Hermanos Menores, proponiéndose desde el noviciado imitar lo más fielmente posible la vida del Seráfico Padre San Francisco. Y lo logró perfectamente, sobre todo en la penitencia que llegaba al heroísmo, en la altísima contemplación y en el celo apostólico.
Ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1702. Pasaba su vida en la oración y el estudio, pues fue nombrado profesor de filosofía de los clérigos de su convento-retiro de San Buenaventura al Palatino. Pero al enfermarse de tuberculosis debió abandonar este oficio y los médicos lo enviaron a respirar el aire de su tierra natal en las playas de la Liguria. Mientras la ciencia se mostraba inútil, él se dirigió a la Santísima Virgen y le prometió que si se curaba, dedicaría todas sus energías a  la predicación de misiones en su patria. Escuchada su oración, una vez curado cumplió su promesa y  por más de 40 años se dedicó a la predicación con grandísimo provecho para las almas, escogiendo como temas las grandes verdades cristianas, una vez más siguiendo la amonestación de Francisco. Ya desde su sola presentación, su figura era una predicación: austero, delgado y ardiente en fe y amor. La retórica de San Leonardo, muy acorde con la época, no rehuía los signos exteriores que golpearan y movieran a la contrición, a las lágrimas, a la abundancia de los afectos. En este clima se sitúa la gran devoción del Vía Crucis, del cual fue el más eminente y convencido propagador y del cual difundió numerosos cuadros. Dejó algunas obras escritas, desde simples propósitos, hasta obras de ascética y de predicación.
La característica principal de San Leonardo fue su predicación que tenía algo de dramático y de trágico. Turbas inmensas acudían a escucharlo y quedaban impresionadas por su ardiente palabra, que llamaba a la penitencia y a la piedad cristiana. San Alfonso María de Ligorio decía: “Es el más grande misionero de nuestro siglo”. Con frecuencia el auditorio entero durante sus predicaciones prorrumpía en sollozos. Predicó en toda Italia, pero la región más frecuentada fue la Toscana, a causa del jansenismo, que él quería combatir ante todo con el ardor de su corazón, luego con sus temas más eficaces, a saber, el del nombre de Jesús, de la Virgen y el Via Crucis. En una misión suya en Córcega, los bandidos de esta isla atormentada hicieron descargas de sus arcabuces al aire, gritando: “Viva fray Leonardo, viva la paz!”.
Consumido por las fatigas misioneras, fue llamado finalmente a Roma, donde, con sus apasionadas predicaciones, a las cuales asistía hasta el Papa, preparó el clima espiritual para el jubileo de 1750. En aquella ocasión erigió el Via Crucis en el coliseo, declarando sagrado aquel lugar santificado por la sangre de los mártires. Luego se trasladó a predicar en la región de Bolonia; la misión de Monghidoro fue su último trabajo. Regresó a Roma, y el 26 de noviembre de 1751, a los 75 años de edad, concluyó su vida de auténtico misionero en San Buenaventura al Palatino. Para controlar a la multitud que quería ver al Santo y llevar reliquias suyas, fue necesario emplear soldados. “Perdimos un amigo en la tierra, dijo el papa Lambertini, pero ganamos un Santo en el cielo”.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Beata Isabel Bona

www.franciscanos.net/santoral
Virgen, religiosa de la Tercera Orden Regular (1386‑1420).
 Aprobó su culto Clemente XIII el 19 de julio de 1766.
Isabel Bona nació en Waldsee, Würtenberg el 25 de noviembre de 1386, hija de Juan Achler y Ana, humildes y virtuosos padres. Desde joven se distinguió por una rara piedad, inocencia virginal y un carácter tan dulce y amable, que todos la llamaban “la buena”, sobrenombre que le duró siempre.
El padre Conrado Kigelin, su confesor, le aconsejó dejar el mundo para tomar el hábito de San Francisco en la Tercera Orden. Isabel tenía entonces 14 años. Observó la regla franciscana primero en su casa, pero luego, considerando los peligros de la vida, que le obstaculizaban el camino de la perfección, abandonó a sus padres y se fue a vivir con una piadosa terciaria franciscana. El demonio, envidioso de los progresos de Isabel en el camino de la perfección, la atormentaba con frecuencia. Mientras aprendía el arte de tejedora, le enredaba el hilo, le dañaba su labor, la forzaba a perder la mitad del tiempo reparando los daños. Isabel luchó con paciencia y perseverancia.
A los 17 años el confesor, padre Conrado Kigelin, la guió hacia la comunidad religiosa de Reute, cerca de Waldsee, donde algunas religiosas seguían con fervor la regla franciscana de la Tercera Orden. Isabel, siempre dulce, obediente, asidua en la oración y en la penitencia, prefería los oficios más humildes de la comunidad, amante de la soledad, no salía del convento sino por graves motivos, tanto que la llamaron “la reclusa”.
El demonio siguió persiguiéndola en forma terrible, pero ella, fortalecida con la oración, logró vencer sus artes. Fue atacada por la lepra, junto con otros sufrimientos corporales. Estas nuevas pruebas sirvieron para hacer brillar más la paciencia heroica de Isabel, que, sin quejarse, bendecía a Dios por todo.
Dios se complació con las virtudes de su humilde sierva, y la favoreció con éxtasis y visiones maravillosas. Obtuvo que algunas almas del purgatorio se aparecieran a su confesor para solicitarle los sufragios y las aplicaciones de Santas Misas. Durante el concilio ecuménico de Costanza predijo el final del gran cisma de occidente y la elección del papa Martín V. Jesús le dio la gracia de sufrir en sí misma los dolores de la Pasión y recibir en su cuerpo la impresión de las sagradas Llagas. A veces su cabeza aparecía herida por las espinas. En medio del dolor exclamaba: “Gracias, Señor, porque me haces sentir los dolores de tu Pasión!”. Las llagas aparecían solamente a intervalos, pero los sufrimientos eran continuos. El padre Conrado Kigelin fue siempre su guía espiritual y nos dejó también una vida de la Beata que él mismo escribió. Isabel fue una mística rica en carismas excepcionales. Murió en Reute el 25 de noviembre de 1420, a los 34 años de edad.